miércoles, 9 de febrero de 2011

Con el Trazo de un Lápiz

by: Rebeca San Miguel, Marie Sanz


¿Cómo empiezan los cuentos? Aquella frase que nos transporta a un mundo etéreo donde los sueños, las fantasías, y cualquier deseo que tu corazón crea se hacen realidad: Érase una vez…

Cuando tienes un sueño y renuncias a él, vuela al País de los Sueños Rotos. En este lugar la gente no se sorprende. Han visto tantos sueños y tantas maravillas que los humanos dejan a medias, que la idea más extraordinaria que hayas tenido tú, seguramente está aquí en este País, y por supuesto, es una de las cosas más normales y mundanas. En este país tan extraordinario y al mismo tiempo tan aburrido, vivía una pequeña niña de nombre Minerva. Minerva, igual que la diosa, con ojos esmeralda y cabellos castaños, no creía en los sueños rotos; ella sabía que de alguna manera los sueños sólo tropezaban momentáneamente en este país… ella decía que era el País de los Sueños Perdidos o Extraviados…

A Minerva le gustaba ir al Bosque del Invierno Eterno a desenterrar objetos maravillosos de la nieve. Encontraba cajas y cajones sin fondo, estrellas fugaces, mapas del tesoro, tesoros, animales que nosotros los humanos… ¡¿por qué la gente perdía tantos sueños?!

Un día, entre varitas mágicas y plumas de oro y plata, Minerva se encontró un lápiz. Sí, un normal y asqueroso lápiz amarillo, roto y mordido. Pero Minerva jamás había visto algo así, y en su asombro, dejó todo lo que llevaba y solamente se llevó el lápiz a su escondite secreto (que está tan escondido que ni su mismísima narradora sabe de su paradero). Mientras se sentaba en el piso y se quitaba su gorro de lana color morado, Minerva examinaba el lápiz con muchísimo cuidado… Un lápiz: común y corriente, o por lo menos eso parecía. La pequeña ojos verdes tomó un pedazo de papel, y dibujó unas mariposas con el lápiz nuevo, bueno… viejo y feo, pero nuevo para ella. Tan sólo dejó de dibujar y las mariposas se despegaron del papel y comenzaron a volar. Rápidamente Minerva tomó un frasco de vidrio y metió a todas las mariposas en él. El rostro de la pequeña se vio iluminado por una sonrisa de oreja a oreja. Había tantas cosas maravillosas pasando por su cabeza que prefirió esperar al día siguiente antes de dibujar algo más. Tenía que ser algo especial. No podía ir por ahí dibujando cualquier cosa. Ella sabía que sería algo especial.

Llegó a su casa; una pequeña choza al lado del Río de Chocolate, hecha con rocas de caramelo y techada con láminas de tocino que se han dorado con el tiempo y el sol. Entrando a su habitación, lo primero que hizo fue dirigirse a una especie de contenedor hondo de cristal con forma de hoja y lleno de algo que parecía chocolate; arrojó un pedacito de nieve y de repente, un pecezuelo color azul aguamarina, brillante como perla y largas orejas de chocolate como si fueran las de un conejo, asomó su cabecita y rápidamente tomó la bolita de nieve y se la comió. Minerva lo llamaba Aquiles. Lo encontró alguna vez camino a su casa, fuera del río y después de ver su simpática personalidad, prometió que sería su mejor amigo. Le sonrió mientras le daba más bolitas de nieve… no dejaba de pensar en qué haría con el lápiz mágico que acababa de encontrar. Quizás iría con el Sabio de Sueños para preguntarle sobre el lápiz… pero no ese día, ya era de noche.

Y tan pronto como la cabeza de Minerva tocó la almohada, llegó la idea especial que estaba esperando: una hermana. Alguien por quien velar, o alguien que vele por ella. La idea era simplemente perfecta. Se levantó de repente y se puso a buscar papel, empezó a dibujar. Dibujó toda la noche y por fin, su obra maestra estaba terminada. Escribió “Juno” debajo de su nueva hermana, así se llamaría; y tras haber despegado el lápiz por última vez una silueta, muy parecida a ella, salió del papel y se paró frente a Minerva. La silueta no hablaba, no hacía ruido, pero se sentía su mirada, una mirada profunda y tenebrosa. Aquiles de inmediato saltó de su pecera: algo había salido mal. Minerva trató de tomar a Juno de la mano pero fue muy tarde: Juno había escapado y con ella se llevó el lápiz mágico.

Era el momento de visitar al Sabio de los Sueños, algo había salido mal y con la sombra merodeando por el país con ese lápiz, había que hacer algo, y había que hacerlo pronto. Tomó la pecera y la amarró a su mochila, y se dirigió al Bosque del Invierno Eterno, con la esperanza de encontrar al Sabio en casa. ¿Qué si ya conocía a Minerva? ¡Pues cómo no! Después del incidente de las tortugas plateadas y el derrame de la Presa de Mermelada, alguien como Minerva tenía que ser vigilada muy de cerca. Mientras Minerva atravesaba el Río de Chocolate, el Sabio ya la esperaba cerca de la entrada del Bosque. Con su imponente cornamenta de cristal negro, el Gran Ciervo, Sabio de los Sueños veía a la pequeña Minerva acercarse con la cabeza baja con miedo a escuchar los regaños del ser más sabio de todo el País de los Sueños Rotos.

Tras explicarse tímidamente, el sabio la miró como si ya supiera que algo así sucedería, exhalo en un suspiro y le dio la solución: tendría que ir al desierto de azúcar donde seguramente se encontraría una goma igual de común y corriente que el lápiz. Pero debía apurarse puesto que después de cuatro días no podría borrar nada de lo que había dibujado y también debía encontrar la brújula de los tiempos, que se encontraría en los Jardines Etéreos para así poder encontrar a Juno y borrarla de una vez por todas.

Y así es como comienza la aventura de Minerva, quien , junto con su mejor amigo Aquiles, encontrarían aquella goma mágica y volverían todo a la normalidad, aunque… en este país ¿Qué es normal?

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